Los cabildos y el desprecio
“Siempre será preferible que la moralidad del Estado sea controlada por los ciudadanos y no a la inversa”
Para lo público, estas últimas semanas han estado cargadas de malas noticias: la captura de tal o cual servicio por parte de un partido, el abuso de la norma para beneficio personal, justificaciones legalistas, descrédito, etc. Frente a este desfile de mediocridad y maltrato al Estado, es totalmente esperable la desafección ciudadana por la vida política, como lo refleja la baja participación en los cabildos provinciales. De todos los problemas que genera la captura del Estado, uno de los mayores es que alimenta la apatía política, entendida no desde un punto de vista de participación partidista, sino como la total falta de interés por involucrarse en la búsqueda de aglutinadores colectivos.
Nos hemos convertido en ciudadanos sin espíritu crítico, renunciando a las mismas herramientas que una sociedad abierta y democrática nos entrega. El desprecio por lo político y lo público, la apatía por lo colectivo, el individualismo materialista, el reemplazo de la actitud crítica y de las manifestaciones culturales por una sociedad de información vacía, son el mayor desafío que enfrenta nuestra sociedad. Este es un riesgo enorme, porque estamos en un contexto de permanente lucha entre democracia y totalitarismo.
Nunca debemos renunciar a defender la democracia, puesto que solo ella nos proporciona un marco institucional capaz de permitir las reformas sin violencia y, por consiguiente, el uso de la razón en los asuntos políticos. Y la democracia se defiende a través de la política, que no puede ser simplemente entregada a un grupo de burócratas, profetas o charlatanes. Es rol de cada uno involucrarse en la discusión política, puesto que siempre será preferible que la moralidad del Estado sea controlada por los ciudadanos y no a la inversa. La forma de hacerlo implica hacerse responsable. No podemos dejarnos vencer por la prevalencia de lo individual. Por el contrario, y desde el punto de vista de la construcción de instituciones colectivas, necesitamos impregnar lo público de los valores éticos que ponen al hombre y a su dignidad como fin; tales como la justicia, la libertad, la empatía o la igualdad.
Esta carrera nunca es corta ni definitiva. Siempre es de avances y retrocesos, siempre amenazada y siempre de victorias parciales. Con todo, es posible y consecuencia del éxito de la libertad en todos los ámbitos: sociales, políticos, culturales, institucionales y por supuesto, también en el económico.
Economía – La Segunda
Autor: Pablo Correa
JUL 25, 2016
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