To spend or not to spend
“El estímulo fiscal irresponsable podría tener resultados contraproducentes”.
Como el príncipe de Dinamarca, me imagino en estos meses previos a la entrega del presupuesto nacional a muchos funcionarios pensando en qué hacer frente a esta duda existencial: si gastar o no gastar (mucho). Para responder acertadamente a esta pregunta, el gobierno debería considerar para qué le va a servir la política fiscal en 2017. De todas las funciones que ésta tiene, quedémonos solo con dos: la primera (y más tentadora en etapas electorales), es usar el gasto para acelerar la actividad de la economía, impulsar la creación de empleo fiscal, inaugurar obras públicas, cortar cintas y, ojalá, mostrar mejores cifras de crecimiento, algo que a este gobierno le ha sido tan esquivo.
Sin embargo, hay que analizar un par de consideraciones adicionales. ¿Existe verdaderamente la capacidad de implementar una política fiscal anticíclica potente, como la del año 2009, cuando el gasto creció cerca de un 16%? ¿O del 10% del presupuesto del ex ministro Arenas en 2015? La verdad es que más allá de los deseos, pensar en incrementos de esa magnitud hoy es financieramente imposible. En segundo lugar, a diferencia de lo sucedido hacia fines de 2008, Chile no vive un shock crediticio externo, tampoco un desplome de sus términos de intercambio ni el riesgo de una recesión, sino más bien una desaceleración generada por falta de confianza y certidumbre respecto de la estructura económica del país en el corto y mediano plazo.
Por lo mismo, el estímulo fiscal irresponsable podría tener resultados contraproducentes. Eso nos lleva a una segunda función de la política fiscal, que es construir credibilidad macro, desde el sector público. A diferencia de quienes piensan que el problema de la cuestión fiscal en los próximos años será el nivel de la deuda (bruta o neta sigue siendo baja), creo que lo relevante es la credibilidad que tenga su trayectoria.
En tiempos de mayor sensibilidad al riesgo, de Brexit e incertidumbre global, los inversionistas, clasificadores y agentes financieros estarán buscando credibilidad y certidumbre en los gobiernos (y empresas y familias). Por lo mismo, Chile no puede darse el lujo de replantearse cada año una nueva meta en su déficit estructural. Lo relevante —más que los niveles, insisto— es cumplir con lo establecido, con esa reducción de 0,25% del PIB por año, puesto que perder nuestras credenciales de país fiscalmente responsable sería hipotecar parte importante de nuestra capacidad de crecimiento futuro. Así pues, espero que en las oraciones de Ofelia no sólo estén presentes los defectos de Hamlet, sino también nuestras tentaciones fiscales.
Economía – La Segunda
Autor: Pablo Correa
JUL 11, 2016
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