La marcha de la historia
Con una coherencia excepcional, el Gobierno mantiene su mismo diagnóstico, mismas recetas, y los datos parecen ser algo decorativo.
Un aspecto sumamente característico del pensamiento socialista es la convicción de un destino manifiesto inevitable, una marcha determinística y definitiva de la historia. Esta idea siempre le ha entregado a los gobiernos de izquierda una sensación mesiánica, de movimiento y certeza de que la historia está con ellos. El discurso de este 21 de mayo recién pasado tiene exactamente ese mismo sabor, tanto en su diagnóstico sobre el estado del país, como en los mensajes y las herramientas utilizadas para encontrar el remedio.
Como el destino socialista es lo que es, muchas veces los datos ciertos molestan. Por lo mismo, cuando nuestra economía empezó a resentir fuertemente los efectos del programa que buscaba eliminar los cimientos de “el modelo”, la reacción de muchos fue buscar excusas en las administraciones pasadas, en el fin del ciclo de inversión minera, o buscar “brotes verdes” en cifras puntuales. Hoy, que es absurdo intentar reducir el estado de la economía solamente a variables externas o a culpas de terceros, muchos éramos los que esperábamos que en discurso del sábado el crecimiento fuera un aspecto central. Sin embargo, con una coherencia excepcional, el Gobierno mantiene su mismo diagnóstico, mismas recetas, y los datos parecen ser algo decorativo. Si bien es evidente que la pluma de Hacienda afortunadamente logró introducir guiños concretos en materias como las 22 medidas pro productividad, en el fondo, y más allá de anuncios muy puntuales como estas reformas, no hubo absolutamente ningún mensaje que haga pensar en un cambio de dirección. En ese sentido, quienes temen que “la derecha dentro de la Nueva Mayoría”, como han llamado a la centroizquierda dialogante, vaya a detener el avance de la historia, pueden estar tranquilos, no es el caso.
La marcha sigue adelante, con una obra gruesa que afortunadamente no pasará el rigor de la sísmica de los datos. Y los datos hablan por sí mismos. Un solo ejemplo es el tema de la salud. Si en su discurso la Presidenta nos decía que la falta de inversión en infraestructura era una de las causas principales de la mala situación de la salud pública, ¿cómo cuadrar esto con los 27 hospitales inaugurados entre 2010 y 2013 frente a sólo uno por año entre 2014 y 2015? (cifra que en centros de atención familiar es de 67 versus 13 respectivamente). O cuando nos promete que al fin de esta administración se habrá reducido en 50% la brecha de especialistas entre sector público y privado, ¿cómo conciliarlo con la caída en más de 30% en las becas entre 2013 y 2016?, ¿o dónde está el diagnóstico profundo de por qué hoy casi el 80% de estos profesionales prefieren no trabajar en el sector público? Lamentablemente, los datos son secundarios. El objetivo central, histórico del actual gobierno, es “cerrar una grieta social” que, en caso contrario, nos llevaría a una situación de conflicto inevitable e insostenible. Más allá de lo cuestionable del diagnóstico en sí, el costo de esta visión ha sido, hasta ahora, la desaceleración de la economía y la pérdida de confianza.
Ninguna de estas cosas se recupera con una declaración de buenas intenciones, como puede ser el reconocimiento genérico de que el crecimiento económico es clave para el desarrollo social. Se recuperan primeramente a través de la construcción de diagnósticos compartidos y producto de una discusión rigurosa alejada de miopías ideológicas. O reconociendo, a tiempo y con humildad, que no hay acciones gratis y que modificar las reglas del juego sí tiene consecuencias que pueden y deben ser consideradas. Y para esto los datos son clave para, por ejemplo, darse cuenta de que si uno aumenta la tasa de impuesto sobre el capital sí se afecta la inversión, y que para evitar que sea un proceso permanente, hay que garantizar una estabilidad tributaria ex post, junto con compensar dicho incremento con otras medidas, tal y como lo hiciera el ex ministro Foxley a principios de los noventa. La confianza, por otra parte, tampoco se regala. No es cosa de simplemente pedir que un sector X, Y o Z de la sociedad vuelva a confiar, eso es pecar de ingenuidad. Por el contrario, quien pide ese gesto deber estar dispuesto a perder, a arriesgar, en el sentido de ser el “primero en moverse”, en demostrar que se puede confiar. Tal vez el cómo se maneje el tema laboral puede ser una buena oportunidad para hacer justamente esto. Por mientras, todo parece indicar que habrá que seguir esperando la marcha de la historia, puesto que, al menos este 21 de mayo, claramente no fue más que una perfecta muestra de continuidad.
Economía – La Segunda
Autor: Pablo Correa
May 23, 2016
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