Pongámonos serios
La calidad de la discusión debe ser de excelencia, con argumentos técnicos y no ideológicos, con procesos administrativos y de transparencia que eviten la captura de algún grupo de interés
La discusión que se ha generado después del fallo del Tribunal Constitucional respecto a la reforma laboral ha dejado mucho que desear. Más allá del tema propiamente constitucional, donde tanto la argumentación ideológica como la conducta pasada del oficialismo muestran una falta de coherencia brutal, la discusión propiamente técnica de la ley ha sido extremadamente pobre.
Nadie habla de cómo se enfrenta el empleo precario —por ejemplo, casi el 50% de los trabajadores con jornada parcial declaran que lo hacen en forma involuntaria— o la brecha de género, tanto en empleo como en participación. Es más, el Gobierno aparece ahora vetando elementos que hace pocas semanas defendía en el Congreso, como los pactos de adaptabilidad.
Es decir, o bien nunca estuvieron de acuerdo pero lo aprobaron igual, o siguen pensando que son correctos, pero de “picados” están dispuestos a eliminarlos de la ley. En otras palabras, no pongo como foco los problemas del mercado laboral, dejo que la discusión técnica del policy sea secundaria y me guío por la politics. Ya basta, es tiempo de ponerse serios. Otro ejemplo de falta de rigurosidad en la discusión de materias públicas, ha sido cómo esta semana desde un caso de supuesto enriquecimiento ilícito se pasa a una discusión liviana sobre la Ley de Financiamiento de las Fuerzas Armadas. Se ha instalado una serie de mitos en torno a ella: (i) que es una ley de Pinochet… siendo que sus orígenes se remontan a la Ley de Cruceros de 1938, (ii) que las FF.AA. pueden hacer lo que quieren con esos fondos… siendo que todo proyecto debe ser visado por los ministerios de Defensa y Hacienda, (iii) que no existe control administrativo… siendo que la Contraloría trimestralmente lo efectúa, o (iv) que la ley sólo se usa para “comprar balas” cuando también puede ir a otros usos extraordinarios, como fue el terremoto en el Norte Grande o el incendio en Valparaíso. Lamentablemente, la lista es larga. Y podríamos seguir con el escándalo del puente de Cau Cau, la entrega de libertad condicional a cientos de presos con cuestionables criterios, etc.
¿Quiero decir con esto que no hablemos de estos temas, que la Ley Reservada del Cobre está bien tal cual y hay que mantener el statu quo? ¿O que hasta acá llegó la discusión laboral? ¿O que no es necesario repensar el rol del Tribunal Constitucional? Muy por el contrario. Creo que existen una serie de mejoras —en estos y muchos otros temas— que es necesario poner en la palestra pública, discutir y legislar. El tema es otro.
El punto es que la discusión y el diseño de las políticas públicas, es decir de los temas que nos afectan a todos, que dejan de estar en la esfera privada, donde la falta de rigurosidad, interés, probidad o tiempo afecta a toda la nación, deben tomarse en serio. No podemos, con la cantidad de urgencias que tiene el país, darnos el lujo de hacer las cosas sin una discusión pública rigurosa. La calidad de la discusión debe ser de excelencia, respaldada con argumentos técnicos y no ideológicos, con procesos administrativos y de transparencia que eviten la captura de algún grupo de interés, siempre con realismo político pero al mismo tiempo pensando siempre más allá del ciclo de cuatro años, y todo lo anterior, con urgencia, y posteriormente con seguimiento respecto de la calidad regulatoria. Todo esto es algo realmente complicado, y por lo mismo nadie debería estar excluido del proceso. Todos tienen su espacio de aporte, bajo el liderazgo del Ejecutivo. Cada uno con sus intereses particulares bien expuestos, en forma clara y transparente.
Pero partamos por ponernos serios, por dejar de lado la discusión liviana y tomarle el peso a la cuestión pública. Esto requiere coraje, para hacer las cosas correctas que no son populares, de generosidad, para estar dispuesto a asumir pérdidas de corto plazo en pos de beneficios en el largo plazo que otros gozarán, de rigurosidad técnica impecable y sobre todo, de solidaridad. Esto, dado que lo público funciona en todas sus esferas sólo si tenemos la capacidad de siempre tener como objetivo el bien del prójimo tanto como el de uno mismo.
Economía – La Segunda
Autor: Pablo Correa
May 9, 2016
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